Reflexiones
Depende de ti, de tu estado de consciencia o
inconsciencia, de si estás dormido o despierto. Murphy tiene una famosa frase.
Dice que existen dos tipos de personas: las que siempre dividen a la humanidad
en dos tipos y las que no dividen en absoluto a la humanidad. Yo formo parte
del primer tipo: la humanidad puede dividirse en dos tipos: los que duermen y
los que están despiertos y, por supuesto, un pequeño grupo entre medias.
La felicidad dependerá de dónde estés en tu consciencia. Si estás dormido,
el placer es la felicidad. El placer significa la sensación, intentar alcanzar
por mediación del cuerpo algo que no se puede alcanzar por mediación del
cuerpo, obligar al cuerpo a alcanzar algo de lo que no es capaz. Las personas
intentan, por todos los medios posibles, alcanzar la felicidad por mediación
del cuerpo.
El cuerpo sólo puede proporcionar placeres pasajeros, y cada placer se
equilibra con el dolor, en el mismo grado, en la misma medida. A cada placer le
sigue lo opuesto, porque el cuerpo existe en el mundo de la dualidad, igual que
la noche sigue al día y la vida sigue a la muerte y la muerte sigue a la vida,
en un círculo vicioso. Al placer lo seguirá el dolor, y al dolor lo seguirá el
placer. Pero nunca estarás tranquilo. Cuando te encuentres en un estado de
placer tendrás miedo de perderlo, y ese miedo lo emponzoñará. Y, naturalmente,
cuando estés perdido en medio del dolor, sufrirás y harás todos los esfuerzos
posibles para salir de él, y volverás a caer en lo mismo.
Buda lo llama la rueda del nacimiento y de la muerte. Nosotros nos movemos
con esa rueda, aferrados a ella... y la rueda continúa moviéndose. A veces se
presenta el placer y otras veces se presenta el dolor, pero estamos aplastados
entre esas dos rocas.
Pero la persona adormilada no conoce nada más. Sólo conoce unas cuantas
sensaciones del cuerpo: la comida, el sexo... Ése es su mundo. Si reprime el
sexo se hace adicta a la comida; si reprime la comida se hace adicta al sexo.
La energía se mueve como un péndulo. Y lo que se llama placer es, como mucho,
simple alivio de un estado de tensión.
La energía sexual se recoge, se acumula; te pones tenso y deseas relajar
esa tensión. Para quien está dormido, el sexo no es sino un alivio, como un
buen estornudo. No produce más que cierto alivio: había tensión, y ha
desaparecido. Pero volverá a acumularse. La comida sólo te proporciona cierto
gusto en la lengua; no es mucho por lo que vivir. Pero muchas personas viven
únicamente para comer; pocas personas comen para vivir.
La historia de Colón es muy conocida. El suyo fue un largo viaje. No vieron
sino agua durante tres meses. Un día, Colón miró al horizonte y vio árboles. Si
pensáis en lo contento que se puso al ver árboles, imaginaos cómo se puso su
perro. Ése es el mundo del placer. Al perro se le puede perdonar, pero a ti no.
En su primera cita, un chico, pensando en alguna forma de divertirse, le
preguntó a la chica si quería ir a jugar a los bolos. Ella contestó que no le
gustaban los bolos. Después el chico propuso que fueran a ver una película,
pero ella contestó que no le gustaba el cine. Mientras intentaba pensar en otra
cosa le ofreció un cigarrillo, que la chica rechazó. Después le preguntó si
quería ir a bailar y tomar copas a la nueva discoteca. Ella volvió a rechazar
la propuesta, diciendo que no le gustaban esas cosas. Desesperado, le preguntó
si quería ir a su apartamento a pasar la noche haciendo el amor. Para su
sorpresa, la chica accedió de buena gana, lo besó apasionadamente y dijo: « ¿Lo
ves? No hacen falta esas cosas para divertirse».
Lo que llamamos «felicidad» depende de la persona. Para la persona dormida,
las sensaciones placenteras son la felicidad. La persona dormida vive cambiando
de un placer a otro. Se precipita de una sensación a otra.
Vive para las pequeñas emociones; lleva una vida muy superficial. No tiene
profundidad, no tiene calidad. Vive en el mundo de la cantidad.
También hay personas que están entre medias, ni dormidas ni despiertas,
que viven en un limbo, un poquito dormidas y un poquito despiertas. A veces se
puede tener esa experiencia a primera hora de la mañana: todavía adormilado,
pero sin que puedas decir que estás dormido porque oyes los ruidos de la casa,
a tu pareja preparando el café, el ruido de la cafetera o de los niños
preparándose para el colegio. Oyes todo eso, pero aún no estás despierto. Esos
ruidos te llegan vagamente, débiles, como si hubiera una gran distancia entre
tú y lo que ocurre a tu alrededor. Tienes la sensación de que forma parte de un
sueño. No forma parte de un sueño, pero tú te encuentras en un estado
intermedio.
Lo mismo ocurre cuando empiezas a meditar. Quien no medita duerme,
sueña; quien medita empieza a alejarse del sueño y a dirigirse al despertar, en
un estado transitorio. Entonces la felicidad tiene un sentido completamente
distinto: tiene más de calidad y menos de cantidad; es algo más psicológico,
menos fisiológico. Quien medita disfruta más de la música, disfruta más de la
poesía, disfruta creando algo. Esas personas disfrutan de la naturaleza, de su
belleza. Disfrutan del silencio, disfrutan de lo que nunca habían disfrutado
antes, y eso es mucho más duradero.
Incluso si se para la música, algo persiste.
Y no es un alivio. La diferencia entre el placer y esta clase de felicidad
consiste en que no es un alivio, sino un enriquecimiento. Te sientes más pleno,
empiezas a desbordarte. Al escuchar buena música, algo estalla en tu ser, surge
una armonía en ti: te haces música. O, al bailar, de pronto te olvidas de tu
cuerpo; tu cuerpo es ingrávido. La gravedad pierde su poder sobre ti. De
repente te encuentras en otro espacio: el ego no es tan sólido, el bailarín se
funde y se fusiona con la danza.
Esto es mucho más elevado, mucho más profundo que el placer que se
obtiene de la comida o del sexo. Esto es algo profundo, pero no lo supremo. Lo
supremo sólo ocurre cuando estás plenamente despierto, cuando eres un Buda,
cuando ha desaparecido todo el sueño, cuando todo tu ser está lleno de luz,
cuando no hay oscuridad en tu interior. Toda la oscuridad ha desaparecido y,
junto con la oscuridad, el ego. Han desaparecido todas las tensiones, las
angustias, las ansias. Te encuentras en un estado de absoluta satisfacción.
Vives en el presente; se acabaron el pasado y el futuro. Estás por completo
aquí. Este momento lo es todo.
Ahora es el único tiempo y aquí es el único espacio. Y de repente el
cielo desciende sobre ti. Eso es la dicha. Eso es la verdadera felicidad. Busca
la dicha; es tu derecho inalienable. No sigas perdido en la jungla de los
placeres; elévate un poco. Ve en busca de la felicidad y después de la dicha.
El placer es animal; la felicidad es humana; la dicha, divina. El placer te
ata, es una esclavitud, te encadena. La felicidad te afloja un poco la cuerda,
te da un poco de libertad, pero sólo un poco. La dicha es la libertad absoluta.
Empiezas a avanzar hacia arriba; te da alas.
Dejas de formar parte de la grosera tierra; pasas a formar parte del
cielo. Te conviertes en luz, en alegría.
El placer depende de los demás. La felicidad no depende de otros, pero
de todos modos es algo distinto de ti. La dicha no depende de nada, ni es nada
distinto de ti; es tu ser mismo, es tu naturaleza misma.
Buda Gautama dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero
para poseer lo segundo».
Medita sobre, esto lo más profundamente posible, porque contiene una de
las verdades más fundamentales. Hay que comprender estas cuatro palabras,
reflexionar sobre ellas. La primera es placer; la segunda, felicidad; la
tercera, alegría, y la cuarta es dicha.
El placer es algo físico, fisiológico. El placer es lo superficial de
la vida, la excitación. Puede ser sexual o de otros sentidos; puede convertirse
en obsesión con la comida, pero está arraigado en el cuerpo.
El cuerpo es tu periferia, tu circunferencia, no tu centro. Y vivir en
la circunferencia significa vivir a merced de toda clase de cosas que suceden a
tu alrededor. Quien busque el placer quedará a merced de la casualidad.
Ocurre como con las olas del mar: están a merced delos vientos. Cuando soplan
vientos fuertes, aparecen las olas; cuando desaparecen los vientos, desaparecen
las olas. No tienen una existencia independiente, son dependientes, y todo lo
que depende de algo exterior supone esclavitud.
El placer depende del otro. Si amas a una mujer, si ése es tu placer, esa
mujer se convierte en tu dueña. Si amas a un hombre, si ése es tu placer y te
sientes desgraciada y desesperada sin él, has creado tu propia esclavitud. Has
creado una prisión; ya no eres libre. Si vas en pos del dinero y del poder,
dependerás del dinero y del poder. Quien se dedica a acumular dinero, si su
placer consiste en tener cada día más dinero, será cada día más desgraciado,
porque cuanto más tiene, más quiere, y cuanto más tiene, más miedo tiene de
perderlo.
Es una espada de doble filo: querer más es el primer filo de la espada.
Cuanto más exiges, cuanto más deseas, cuanto más sientes que te falta algo, más
vacío y hueco te sientes. Y el otro filo de la espada es que cuanto más tienes,
más temes que te lo quiten. Te lo pueden robar.
El banco puede ir a la bancarrota, puede cambiar la situación política
del país, hacerse comunista... Hay mil cosas de las que depende tu dinero. Tu dinero
no te hace amo, sino esclavo.
El placer es algo periférico; por consiguiente, te hará depender de las
circunstancias externas. Y es simple excitación. Si la comida es un placer, ¿de
qué se disfruta realmente? Sólo del gusto... y eso durante unos momentos,
cuando la comida llega a las papilas gustativas y notas una sensación que
interpretas como placer. Es una interpretación tuya. Hoy puede parecerte un
placer y mañana no. Si sigues comiendo la misma cantidad todos los días, las
papilas gustativas dejarán de responder a la comida, y dentro de poco estarás
harto.
Así es como nos hartamos de las cosas: un día corres tras un hombreo
una mujer y al día siguiente intentas encontrar excusas para librarte de esa
persona. Es la misma persona; nada ha cambiado. ¿Qué ha pasado entretanto? Te
has aburrido del otro, porque el placer consistía en explorar lo nuevo. Resulta
que el otro ya no es nuevo; ya te has familiarizado con su territorio. Te has
familiarizado con el cuerpo del otro, con las curvas de su cuerpo, con la
sensación que te produce su cuerpo. Y la mente ansia algo nuevo.
La mente siempre ansia algo nuevo. Así es como la mente te mantiene
siempre atado a algo futuro. Te mantiene en un estado de espera, pero nunca te
lleva los productos, porque no puede. Sólo puede crear nuevas esperanzas,
nuevos deseos.
Las hojas crecen en los árboles del mismo modo que los deseos y las esperanzas
crecen en la mente. Querías una casa nueva y ya la tienes; ¿dónde está el
placer? La disfrutaste unos momentos, cuando conseguiste tu objetivo. Una vez
conseguido a la mente deja de interesarle y ya ha empezado a tender nuevas
telarañas de deseo. Ya ha empezado a pensar en otras casas, más grandes. Y eso
es lo que pasa con todo.
El placer te crea un estado de deseo permanente, de inquietud, una agitación
continua. Hay múltiples deseos, todos y cada uno de ellos insaciables, que
reclaman toda tu atención. Te conviertes en víctima de una multitud de deseos
enloquecedores -enloquecedores porque no se pueden cumplir-, que te llevan de
acá para allá. Tú mismo te conviertes en una contradicción. Un deseo te lleva
hacia la izquierda, otro hacia la derecha, y alimentas ambos deseos al mismo
tiempo. Y entonces te sientes dividido, escindido, desgarrado. Te sientes hecho
pedazos. Nadie sino tú es responsable; es la estupidez del deseo de placer lo
que crea esta situación.
Y es un fenómeno complejo. No eres tú el único que busca el placer; millones
de personas buscan los mismos placeres. Por eso existe una gran lucha: la
competición, la violencia, la guerra. Todos son enemigos entre sí, porque todos
tienen el mismo objetivo y no todos pueden conseguirlo. De ahí que la lucha sea
tremenda, porque hay que arriesgarlo todo, y por nada, ya que, cuando ganas, no
ganas nada. Malgastas tu vida entera en esa lucha. Una vida que podría haber
sido una fiesta se convierte en una lucha prolongada, inútil.
Cuando vas buscando el placer no puedes amar, porque la persona que va
buscando el placer utiliza al otro como medio. Y utilizar al otro como medio es
una de las acciones más inmorales, porque cada ser es un fin en sí mismo, y no
un medio. Pero cuando buscas el placer tienes que utilizar al otro como medio.
Te haces astuto, porque la lucha es tremenda.
Si no eres astuto te engañarán, y antes de que los demás te engañen, tú
tienes que engañarlos a ellos.
Ya advertía Maquiavelo a los buscadores del placer que la mejor forma
de defensa es el ataque. No hay que esperar a que el otro ataque; podría ser
demasiado tarde. Antes de eso, atácalo tú. Ésa es la mejor forma de defensa. Y
es un consejo que se sigue, tanto si se conoce a Maquiavelo como si no.
Es muy extraño. La gente conoce a Jesucristo, a Buda, a Mahoma, a Krisna,
pero nadie los sigue. La gente no sabe gran cosa de Maquiavelo, pero a él sí lo
siguen, como si tuviera mucha importancia para ellos. No hace falta que lo
leáis; simplemente lo seguís. Vuestra sociedad está basada en los principios
maquiavélicos; en eso consiste el juego político.
Antes de que alguien te quite algo, quítaselo tú. Tienes que estar
siempre en guardia. Naturalmente, si estás siempre en guardia, te sentirás
tenso, angustiado, preocupado. Todo el mundo está en tu contra y tú estás en contra
de todo el mundo.
De modo que el placer no es ni puede ser la meta dela vida. La segunda
palabra que hay que comprender es la felicidad. El placer es algo fisiológico;
la felicidad es algo psicológico. La felicidad es un poco mejor, algo un poco
más refinado, un poco más elevado... pero no muy distinto del placer. Podría
decirse que el placer es una clase más baja de felicidad y que la felicidad es
una clase más elevada de placer: las dos caras de la misma moneda. El placer es
un poco primitivo, animal; la felicidad es un poco más refinada, un poco más
humana, pero es el mismo juego, que se juega en el mundo de la mente. No te
preocupas tanto de las sensaciones fisiológicas como de las sensaciones
psicológicas, pero no existe diferencia en lo fundamental.
La tercera es la alegría: la alegría es algo espiritual. Es algo
distinto, completamente distinto del placer y de la felicidad. No tiene nada
que ver con lo externo, con el otro; es un fenómeno interno. La alegría no depende
de las circunstancias; es algo tuyo. No es una excitación producida por las
cosas; se trata de un estado de paz, de silencio, un estado meditativo. Es
espiritual.
Pero Buda tampoco habla de la alegría, porque existe otra cosa que va
más allá de la alegría. Él lo llama «dicha». La dicha es algo absoluto. No es
algo fisiológico, ni psicológico ni espiritual. No sabe de divisiones; es indivisible.
Es absoluta en un sentido y trascendente en otro. Buda sólo emplea dos palabras
en esta frase. La primera es el placer, que incluye la felicidad. La segunda es
la dicha, que incluye la alegría.
La dicha significa alcanzar el núcleo más profundo de tu ser. Se encuentra
en las profundidades últimas de tu ser, donde ni siquiera el ego existe, donde
reina el silencio: tú has desaparecido. En la alegría existes un poco, pero en
la dicha dejas de existir. Se ha disuelto el ego; es un estado de no ser.
Buda lo llama «nirvana». El nirvana significa dejar de ser, ser un vacío
infinito como el cielo. Y en el momento en que eres el infinito, te inundas de
estrellas e inicias una vida completamente nueva. Renaces.
El placer es algo momentáneo, algo que pertenece a la esfera del tiempo,
es algo «de momento». La dicha es intemporal, atemporal. El placer comienza y
termina; la dicha ni va ni viene: está ya en el núcleo más profundo de tu ser.
El placer hay que arrancárselo a otro: o eres mendigo o eres ladrón. La dicha
te hace el amo.
La dicha no es algo que te inventas, sino algo que descubres. La dicha
es tu naturaleza más íntima. Estaba allí desde el principio, pero tú no te
habías fijado. No te has dado cuenta porque no miras hacia dentro.
Ésa es la única desgracia del ser humano: que sólo mira hacia fuera, siempre
en busca y en pos de algo. Y ese algo no se puede encontrar en el exterior porque
no está allí.
Una tarde, Rabiya -una famosa mística sufí- estaba buscando algo en la
calle, junto a su pequeña choza. Se estaba poniendo el sol y la oscuridad
descendía poco a poco. La gente fue congregándose y le preguntó:
-¿Qué haces? ¿Qué se te ha perdido? ¿Qué estás buscando?
Ella contestó:
-Se me ha perdido la aguja.
La gente dijo:
-Se está poniendo el sol y va a resultar muy difícil encontrar la
aguja, pero vamos a ayudarte. ¿Dónde se te ha caído exactamente? Porque la calle
es grande, y la aguja, pequeña. Si sabemos exactamente dónde se ha caído
resultará más fácil encontrarla.
Rabiya contestó:
-Más vale que no me preguntéis eso, porque en realidad no se ha caído
en la calle, sino en mi casa.
La gente se echó a reír y dijo:
-¡Ya sabíamos que estabas un poco loca! Si la agujase ha caído en tu
casa, ¿por qué la estamos buscando en la calle?
Rabiya replicó:
-Por una razón tan sencilla como lógica: en la casa no hay luz y en la calle
aún queda un poco de luz.
La gente volvió a reírse y se dispersaron. Rabiya los llamó y dijo:
-¡Escuchadme! Eso es lo que hacéis vosotros. Yo me limitaba a seguir
vuestro ejemplo. Os empeñáis en buscar la dicha en el mundo exterior sin
plantear la pregunta fundamental: «¿Dónde la has perdido?».
Y yo os digo que la habéis perdido dentro. La buscáis fuera por la
sencilla y lógica razón de que vuestros sentidos están abiertos hacia el
exterior: hay un poco más de luz. Vuestros ojos miran hacia fuera, vuestros
oídos escuchan hacia fuera, vuestras manos se tienden hacia fuera; por eso estáis
buscando fuera. Por lo demás os aseguro que no la habéis perdido ahí, y lo digo
por propia experiencia. Yo también he buscado fuera durante muchas, muchas
vidas, y el día que miré dentro me llevé una sorpresa.
No hacía falta buscar y registrar; siempre había estado dentro.
La dicha es tu núcleo más íntimo. El placer se lo tienes que pedir a otros,
y naturalmente te haces dependiente. La dicha te hace el amo. La dicha no es
algo que te ocurre; ya está ahí.
Buda dice: «Existe el placer y existe la dicha. Renuncia a lo primero para
poseer lo segundo». Deja de mirar hacia fuera. Mira hacia dentro, vuélvete
hacia tu interior. Empieza a buscar y registrar en tu interior, en tu
subjetividad. La dicha no es un objeto que se pueda encontrar en ninguna otra
parte; es tu consciencia.
En Oriente siempre hemos definido la verdad suprema como
«SatChit-Anand». Sat significa «verdad», chit significa «consciencia», y anand,
«dicha». Son tres aspectos de la misma realidad. Esla auténtica Trinidad, no
Dios Padre; Dios Hijo, Jesucristo; y el Espíritu Santo; ésa no es la verdadera
Trinidad. La verdadera Trinidad es la verdad, la consciencia y la dicha. Y no
son fenómenos distintos, sino una sola energía que se expresa de tres maneras,
una energía con tres aspectos. De ahí que en Oriente digamos que Dios es
trimurti, que tiene tres rostros. Ésos son los verdaderos rostros, no Brama,
Visnú y Mahesh, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; esos nombres son para
principiantes.
Verdad, consciencia, dicha: ésas son las verdades absolutas. En primer
lugar llega la verdad. En cuanto entras en ella, tomas conciencia de tu
realidad eterna: el sat, la verdad. Al profundizar en tu realidad, en tu verdad,
te darás cuenta de la consciencia, de una increíble consciencia. Todo es luz,
nada es oscuridad. Todo es consciencia, nada inconsciencia. Eres simplemente
una llama de la consciencia, sin siquiera una sombra de inconsciencia por
ninguna parte. Y cuando profundizas aún más, el núcleo definitivo es la dicha,
anand.
Buda dice: «Renuncia a todo lo que hasta ahora has considerado importante,
significativo». Sacrifícalo todo para ese absoluto porque es lo único que te
satisfará, que te llenará, que llevará la primavera a tu ser... y estallarás en
miles de flores.
El placer te hará ir a la deriva. El placer te hará más astuto, pero no
te proporcionará sabiduría. Te hará cada día más esclavo; no te proporcionará
el reino de tu ser. Te hará cada día más calculador, te hará una persona más
aprovechada. Te hará cada día más político, más diplomático. Empezarás a
utilizar a las personas como medios. Eso es lo que hace la gente.
El marido le dice a la esposa: «Te quiero», pero en realidad simplemente
la está utilizando. La esposa dice que quiere al marido, pero simplemente lo
está utilizando. El marido puede estar utilizándola como objeto sexual y la
esposa utilizándolo como seguridad económica. El placer hace a todos astutos,
taimados. Y ser astuto supone perderse la dicha de ser inocente, perderse la
dicha de ser niño.
En Lockheed necesitaban una pieza para un avión nuevo y enviaron un
comunicado a todo el mundo para ver quién presentaba la mejor oferta. De
Polonia les llegó una oferta de tres mil dólares. Inglaterra se ofrecía a
construir la pieza por seis mil dólares. Israel pedía nueve mil. Richardson, el
ingeniero encargado de la construcción del nuevo avión, pensó que lo mejor era
ir a cada uno de los países para averiguar el porqué de la disparidad de
precios. El fabricante de Polonia le dijo: «Mil para los materiales, mil para
la mano de obra, y mil para los gastos indirectos y unos pequeños beneficios».
En Inglaterra, Richardson revisó la pieza y descubrió que no era mejor
que la fabricada en Polonia. Preguntó: «¿Por qué piden seis mil dólares?». El
inglés se lo explicó: «Dos mil para los materiales, otros dos mil para la mano
de obra y otros dos mil para los gastos y un pequeño beneficio».
En Israel, el representante de Lockheed tuvo que llegar hasta un callejón
en el que había una pequeña tienda, donde vio a un viejecillo, el que había
presentado la oferta de nueve mil dólares.
-¿Por qué pide tanto? -le preguntó.
-A ver -dijo el viejo judío-. Tres mil para usted, tres mil para mí y tres
mil para los gilipollas de Polonia.
El dinero, el poder, el prestigio: todo eso contribuye a hacerte
astuto.
Busca el placer y perderás la inocencia, y perder la inocencia
significa perderlo todo. Jesucristo dice: «Sé como un niño, y sólo así entrarás
en el Reino de Dios». Y tiene razón. Pero quien anda en busca del placer no puede
ser inocente como un niño. Tienes que ser muy listo, muy astuto, con mucha
política; sólo así puedes vencer en la competición a muerte que hay en todas
partes. Todo el mundo está a la greña con todo el mundo, no vives entre amigos.
El mundo no puede ser amable a menos que dejemos esa idea de la competitividad.
Pero desde el principio inculcamos al niño el veneno de la competitividad.
Cuando acabe la universidad estará totalmente envenenado. Lo hemos hipnotizado
con la idea de que tiene que luchar contra los demás, de que la vida es la
supervivencia de los más aptos. Así la vida no puede ser una fiesta.
Si eres feliz a costa de la felicidad de otro... Y así es como puedes
ser feliz; no hay otra manera. Si conoces a una mujer hermosa y consigues poseerla,
se la habrás arrebatado a otro. Intentamos que las cosas parezcan lo más
bonitas posible, pero eso es sólo en la superficie. Los que han perdido en el
juego se enfadarán, se pondrán furiosos. Esperarán una oportunidad para
vengarse, y esa oportunidad se les presentará tarde o temprano.
Lo que posees en este mundo lo posees a costa de alguien, a costa del
placer de otro. No hay otra manera. Si de verdad no deseas enemistarte con
nadie en el mundo, debes abandonar la idea de la posesión. Utiliza lo que
tengas a tu lado en el momento, pero no seas posesivo. No intentes reclamarlo
como tuyo. No hay nada que sea tuyo; todo pertenece a la existencia.
« Osho »
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